EL DESASTRE DE LA EDUCACION EN NICARAGUA (III)

 

El magisterio es una profesión de fe. Y de magisterio proviene la      voz “maestro”; el que enseña, más que con sus palabras, con su ejemplo. Jesucristo ha sido y será por siempre, el maestro entre los maestros, pues su enseñanza de amor, de misericordia y perdón fue ratificada con su ejemplo. El magisterio es una profesión de abnegación, de virtuosidad desinteresada, sin que su quehacer responda a la paga obtenida, y peor aún, que se desempeñe por espíritu mercantilista, tabla de salvación o trampolín para llegar a la inclinación innata.

 

En este caso, el perjuicio que se le ocasiona al niño y a la sociedad, es irreparable, ya que la sociedad confía a las manos del maestro, la conducción y formación de los futuros ciudadanos, como al jardinero se confían las semillas para que las haga germinar en bellas plantas de múltiples flores de colores. Pero para ello se requiere dedicación y conocimiento. A las semillas hay que abonarlas, aporcarlas, librarlas de abrojos y de insectos dañinos; regarlas y tratarlas con cariño, para que crezcan fuertes, lozanas, y den los productos esperados.

 

De igual forma, el maestro tiene que sacar la flor que hay en el interior del niño, inculcándole valores que fortalezcan su personalidad, decantando aristas, con amor y cariño; forjándolo para la vida, apartando de él, la pereza mental y la ociosidad física.

 

El magisterio da a los pueblos, lustre; aparta a los hombres de la esclavitud de la ignorancia, dando a la Nación, hombres libres, de discernimiento diáfano, hablar fluido y sin doblez. Ya si algunos hijos de la patria transitan por caminos equivocados, será sólo porque han puesto sus intereses personales delante de los valores adquiridos.

 

El Gobierno que se preocupa por la educación de su pueblo, está contribuyendo a la prosperidad de su país, pues su trabajador más útil es el maestro. Sin embargo, el magisterio se ha visto recluido al más bajo escalafón dentro del andamio estatal, y sus reivindicaciones han sido objeto de escarnio por ciertos políticos, que ven mayor gloria en aprender a disparar un fusil o enfangar la conciencia con rastrero servilismo, que aprender a defenderse con palabras y educación; a surgir ante la vida por méritos personales, y a tener acrisolada la mente y el corazón con los valores guardianes de la moralidad.

 

 

Por otra parte, la Normal es por antonomasia la forjadora de maestros, es por así decirlo, el semillero de donde salen los valientes soldados que han de luchar en contra de la ignorancia; los que harán que surja la luz en la razón; los que moldearán conciencias para que un país tenga ciudadanos útiles para el engrandecimiento de su Nación. Por tal motivo, la Normal debe de contar con mentores calificados y entregados vocacionalmente a la labor formativa de docentes, ya que de ellos dependerá la idoneidad de estos, que han de encargarse de la formación de los niños y jóvenes del país.

 

El maestro normalista de formación docente, no ha de ser sólo un transmisor de conocimientos curriculares, sino un espejo fiel de las virtudes morales que enseña, pues resulta hipócrita enseñar, por ejemplo, que la chismografía y la envidia son perjudiciales al espíritu y a las buenas relaciones sociales, si él no las practica.

 

La Normal debe ser centro de educación integral, donde a la par de la enseñanza de las materias curriculares, se practiquen valores, se eduque el buen gusto en sus diferentes facetas, se forme el hábito por la lectura y la investigación; se formen hábitos y destrezas; se fomente el compañerismo, el positivismo ante las tares extracurriculares. Donde se aprenda el valor del respeto mutuo, de las normas de cortesía y del bien hablar.

 

Debe, así mismo, la Normal, fortalecer la vocación del alumno o inculcarla al que no la tiene bien cimentada. Debería, a mi juicio, realizar un examen vocacional a todo aspirante a maestro, pues por lo que veo hoy y he visto en el pasado, extender una licencia para dar clase a un alumno incapaz es frustrar su futuro, y que él desastre el de sus alumnos.

 

En las escuelas se ve una gran deficiencia en los mentores, tanto en el dominio de las materias como en los métodos de enseñanza. Se ve deficiencia en el trato con sus alumnos (gritos, vocabulario descompuesto…) Maestros carentes de valores cívicos y sociales; maleducados, descorteses y faltos de relaciones humanas; irresponsables con su deber y mercantilistas; sin espíritu de grupo y negativos con las actividades fuera de su turno de trabajo. Se nota mucho la ejercitación del chisme y muchos padecen la carcoma de la envidia.

 

¿Y a quién debemos culpar por estas u otras deficiencias, que van en menoscabo de la formación de los alumnos? Seguramente que a las normales, a su cuerpo docente, que sacó un producto defectuoso, sin vocación, y por lo mismo, sin la conciencia de la responsabilidad y delicadeza de la comisión encomendada.

 

No es el número el que nos dará la victoria, sino la disciplina, la conciencia de nuestra responsabilidad en cuanto a nuestro deber. Y el amor que le tengamos al trabajo, el que nos alivianará la carga, que de otra manera nos abrumará cual el mundo sobre los hombros de Atlas. De nada sirve que el país esté saturado de maestros, si solamente lo son de nombre; si pasan por las Normales sin haber pasado.

 

Claro está que también tenemos docentes ejemplares, que son los que mantienen en alto la bandera del Magisterio, pero que son los menos copiados por la irumpiente juventud magisterial.

 

José Ramón Pinell

Profesor, escritor y poeta.

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