CUENTO: ¿Y SOÑAR ES UN MAL?

Jairo Toruño

Poeta y escritor

Tel No. 713 3686.

 

La noche se vino de repente, una noche sin luna, se quedó dormida detrás de las montañas. Era un anochecer como tantos otros, nada trascendental había en ello, ni los luceros que aparecieron como ojos brillantes en el manto de la noche. Los chavalos jugaban en los angostos caminitos entre las casas o en los patios montañosos y llenos de sombras. Los niños se metieron poco a poco a sus casas (si se pueden llamar casas), pero sin ellas el hombre un ser disperso. La casa es nuestro rincón en el mundo, es nuestro primer universo. La vida comienza bien ence-rrada, bien protegida, toda tibia en el regazo de la casa.

 

Los candiles se fueron encendiendo ilumi-nando las casas: el hombre hace del mundo una conste-lación. En la casa del viejo multitudinarios rayitos de luces salían entre las rendijas con colores amarillentos y mortuorios, entre las tablas costaneras y tiras de plástico negro. La luz reflejaba las sombras de algunas cosas frías y muertas sobre el piso de tierra. El viejo se sentaba en la única butaca que él había hecho a fuerza de machete. Sobre la mesita además, del candil había un plato de frijoles cocidos, una taza de café amargo y tres tortillas frías. Del fogón salía un trombo vertical que subía lento y perezoso a las tejas cubiertas de hollín y estalactitas de carbón. La casa olía a humo: la ropa, los pedazos de cubija y los pocos trastes plásticos negros y morroñosos y los lugares menos expresivos.

El perro estaba echado cerca de sus pies, sus opacos y entristecidos ojos miraban como el viejo enrollaba la tortilla como un embudo llenándolo de frijoles y cuando los masticaba sorbía el café como un ritual de la dureza de la vida. Al perro se le movían los intestinos y ruidos continuos y persistentes llegaban a desaparecer en los anillos angustiosos de su garganta ¿cuánto deseaba un pedazo de tortilla?, fue cerrando sus ojos y dentro de ellos quedó atrapada la flama del candil, el perro se durmió y con ello olvidó momentáneamente su situación dolorosa.

 

Después de comer sacó un cigarro, lo encendió en la llama del candil, le dio un sorbo y una chispa rojita iluminaron sus labios, estiró las piernas, dejó descansar su cabeza sobre la palma de su mano izquierda, dejó escapar suave y mezquinamente por su boca y nariz el fuerte humo del tabaco. La casa protege al hombre de la ferocidad de la naturaleza, con una actitud casi humana, el no ser se convierte en ser, la casa se agazapa y resiste a la naturaleza hundiendo sus cimientos en la tierra, se enraíza para des-pués erguir-se. El perro levantó su escuálido cuerpo y con movimientos moribundos sacó su cuero por un hueco del entablado, sintió el aire fresco, la luna como una uñada venía saliendo sobre el cielo azul y sin nube, de sus pulmones salió un fuerte aullido de deses-peración que rodó como un lamento sobre las casa vecinas.

 

El viejo se quitó los zapatos y sintió una fuerte sensación de soñar. La casa protege al soñador, nos permite soñar en paz, los verdaderos bienestares tienen un pasado; acarició la idea que llenara todas las expectativas de un gran soñador, lo que la vida real no nos da lo alcanzamos soñando. Como una chispa brotó el sueño de que algún día sería presidente, era nicara-güense, pobre pero hon-rado, mayor de edad, tenía todo lo que se necesita para serlo. Aaaah… ser presidente se repetía una y otra vez, ese sería el motivo de su soñar, hoy, mañana y siempre.

 

Pedro Calderón de la Barca escribe:

El mayor bien es pequeño

Que toda la vida es sueño

Y los sueños, sueños son.

 

Jairo Toruño

Poeta y escritor

Tel No. 713 3686.