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UN
PROYECTIL DE TIZA ACIERTA EN MI MEMORIA (2da parte) |
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Enredado entre la nube de aromas
que arrastran esos vendavales imaginarios, se me viene a la mente el olor del
café recién cortado de la hacienda familiar, cuando en otro tiempo era regado
para sacarlo al sol sobre esas mismas baldosas donde ahora juegan felices
nuestros amigos Miguel Díaz, Luis René y Roberto Lanuza, Ernestito
Pereyra Lanuza, Mauricio Rodríguez, entre otros. Mientras en las graderías,
al otro lado de la cancha, animaban, alentaban, apoyaban como barra Leyla Rodríguez,
Blanca Lanzas, Wilfredo Vivas, Alexis Dávila Rodríguez y tantos cordiales amigos
más, a quienes por razones de espacio y no por falta de cariño mi memoria no
enumera uno tras otro. Todos ellos actualmente
dispersos, entregados a sus ocupaciones, preocupaciones, compromisos,
negocios, obligaciones de profesionales o desempeñando el papel de marido o
esposa y padres de familia, pero siempre amigos y solícitos compañeros de
jerga o de estudios. Había que vernos, bullicioso
grupo de jóvenes estudiantes de secundaria, con qué alegría, despreocupación
y camaradería compartíamos el ánimo casi heroico de nuestros jugadores. No
faltaban de parte de nosotros las frases de elogio, las felicitaciones, o el
acicate de las severas críticas, impulsadas por la desbordante emotividad,
por el juego de los dieciséis o diecisiete, es decir, por la despreocupación
de los irrecuperables años de la adolescencia. Tan irrecuperables como aquel
júbilo y aquella lozanía, pureza y despreocupación de los tiempos buenos de la juventud, como los tosudos enamoramientos
y las expresivas serenatas, como
las represiones por medio de golpes
sobre la pizarra de la regla de la profesora Moravia,
como la picardía de poner tiza blanca
sobre el pupitre donde se sentaría el
compañero que nos tocaba adelante y
por supuesto la simpática ira que
fingía la profesora Magdalena Ubeda cuando,
irredentos, jodedores, sus pupilos en algunas
ocasiones no poníamos atención a sus clases de español, por lo cual ella, con
puntería sin par, nos acertaba en la frente un tizazo lanzado por sus
afilados dedos de exquisita escritora, irrumpiendo con este “rappel a l’ ordre” neovanguardista, que nos ponía de nuevo sobre aviso, alertas. Consigna de atención permanente
que revive en los actuales desvelos que con mucha nostalgia me hacen escribir
estas letras.. Al final es demasiado tarde. La
noche ha caído sobre los techos y los patios del Liceo Samuel Meza. Las salas
de clase de nuevo han quedado vacías. Los corredores y los patios lucen
abandonados. El silencio nocturno, poblado de sobresaltos de grillos y
parpadeos estelares y una luna trasnochadora miden anchas brazadas en los espacios desolados. Y todavía es mucho más tarde,
han pasado quince, veinte años. Lo que al amanecer manchan las tintas
lechosas y las leves penumbras de la luna menguante son las paredes y el
techo de un caserón ocioso, abandonado, vacío de muebles y desolado de
presencia humana. El Liceo Samuel Meza ya no existe. Mudó de nombre, de
razón social, de facciones, de
ubicación, de número de teléfono, de propietarios administradores. En realidad, este Estelí donde
hemos despertado es otro, ha crecido demasiado, ha cambiado de forma, de
proporciones, de ritmo, de perfiles. Ha cambiado sin propósito,
desordenadamente, sin tino, quizás con
mayor velocidad de lo que habríamos
preferido quienes apenas comenzábamos a sospechar las posibilidades de un significado unánime. Dr. Danilo
Torres Poeta y Escritor |