LAS MAGIA DE LOS HIPICOS

 

 

Salían por decenas, llegaron a ser miles, los espectadores de esos magníficos equinos, cuyas hermosas crines batían el aire, mientras se movían al compás de los tambores, trombones y trompetas. Jinetes y caballos multicolores complacían las miradas incrédulas, de transeúntes y  vendedores ambulantes.

 

Se había convertido la avenida central -de Estelí- en un gigantesco estadio y mercado ambulante, donde se vendían sombreros, pañuelos, helados, refrescos y mucha cosas más…. carpas por toda la avenida central, vehículos llenos de curiosos y agitados policías que controlaban el tránsito, ahora incrementado por la presencia de autos, que parecían haber surgido del humo de la lámpara de Aladino. 

 

Mientras las sombras de los corceles se agigantaban –cual viejas imágenes cinemascope-,  cuando el sol seguía su ruta hacia el poniente, matizando con rayos anaranjados el paisaje de un atardecer en penumbras, la gran fiesta ecuestre continuaba su viaje al parque central, mientras bailarinas, ligeramente vestidas, sobre camastros de camiones se movían al ritmo de los más diversos sones. 

 

La muchedumbre con sombreros y botas, daban la impresión  de una multitudinaria banda de cantantes de música norteña mejicana o a lo mejor serían fans de un concierto de quebradita. Tronaba la música ranchera por doquier, en tiendas, bares y autos. La algarabía continuó hasta que los miles ojos perdieron de vista a los jinetes y caballos, la noche había marcado el fin de tan espectacular carnaval que desapareció rápido en la oscuridad.

 

Revista El Esteliano.

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