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FRAGANCIA DE JUVENTUD |
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Bajo la aurora de la juventud en plena
algarabía juvenil, entre bailes cándidos, perfumados petimetres y bellas
muchachas dulces seductoras y frívolas la pasábamos bien ante sus ojos en la
casa de estilo sureño de los Mira para navidad. Corría el Chivas Regal a borbotones, en cantidades navegables calculaban
en los mingitorios algunos invitados con los vasos de Scoth
dorado en las manos y cigarrillos caros en la boca. Los jóvenes de las buenas
familias hablaban mierdas infinitas frente a los reyes magos del pesebre
impertérritos a los chistes fatuos que contaba la chavalada
prominente. Ese júbilo de suprema altitud
que a la vuelta de tantos años los recuerdos mejoran formidablemente brillan
como centellan pepitas de oro, fragmentarias en nuestra imaginación como
tesoros de las mil y una noches. Esos recuerdos un ligero
resonar de Merlines los anuncia, en medio del colorido tropel de sonoras
carcajadas a la luz de un sol que exhibe el brillo de su pretérita alegría.
Son como gasparines que se mueven inmanentes
siempre aceptados en los más exclusivas recovecos de la memoria. Son los que
jamás fueron detenidos en el umbral de los sueños ni atajados en ninguna
puerta de entrada del cielo. Y no porque eran muchachos y
muchachas de cierto traspaso de categorías y demarcaciones económicas volaban
las abejas dejando su miel, sino que obviando los orígenes, una íntima
revelación en el viento, una primavera profunda modelaba los días de
despreocupada infanzón. Ahora, sin embargo, en aquella
muchachada prominente se ha colado la hiel. Las pesadumbres de la vida han
ajado su piel. Los dramas cotidianos no tienen nada que ver con los antiguos
esplendores. La mayoría se tuvieron que ir,
salieron al exilio. Los pocos que se quedaron se vieron forzados a mantener
una vigilia permanente sobre los escasos amigos que pudieran granjearse en
los expendios populares y en las oficinas públicas para que no les
complicaran la existencia por la resolución de un simple trámite. Tenían que
poner la cara en vergüenza para que no los dejaran por fuera. Finqueros,
comerciantes venidos a menos, médicos, ingenieros, abogados prominentes en el
nivel provincial, montaban guardia en turnos, haciendo cola para que les
vendieran algunas libras de azúcar, media cajilla de gaseosas, o un cilindro
de gas butano Y a ti te dieron pena, no lo
podías ocultar, porque así te hubieras visto vos también, sino te hubieras
encastillado en tu puesto clave de burócrata insustituible, amigo de
dirigentes, de comandantes y de secretarios políticos. Dr. Danilo Torres Rodríguez. Escritor, pintor y poeta. Tel.00505 713 – 2909 / 5439 |