A LA MEMORIA DEL DOCTOR DANILO TORRES RODRIGUEZ

A UN AÑO DE SU MUERTE

Reza en la Biblia: “Por sus frutos los conoceréis”. Y en verdad, son las obras las que dan a conocer a las personas, indistintamente que ellas se encuentren todavía entre nosotros, o bien ya Dios les haya llamado a su sagrado seno. A cuántos grandes hombres de la antigüedad no han conocido la posteridad a través de sus obras; del aporte que han hecho para que este mundo sea cada vez mejor. Hombres cuyas ideas han forjado conciencias y han hecho de la patria de todos, un Paraíso terrenal.

De esta estirpe fue el Doctor Danilo Torres Rodríguez, un hombre multifacético, que tenía el don de Cicerón y era amado por las hijas de Mnemosina, pues su numen vertía en el papel el encabritado torrente que de su cerebro fluía. Pero así como pintaba paisajes por medio de la palabra, también los pintaba en el lienzo con magistrales trazos.

Danilo, como le llamaba la mayor parte de sus conocidos, fue un hombre abierto a las nuevas ideas, tanto políticas, sociales como literarias. Su casa era un ateneo, en donde se departía amigablemente, se recitaban versos, se leían novelas y se discutía con altura cualquier tópico de la vida social o particular del país o de su entrañable “Diamante”. Bien lo comenta uno de sus grandes amigos: Pedro León Carvajal:

“Con Danilo Torres Rodríguez he sostenido una de las amistades intelectuales, literarias, artísticas, más prolongadas, intensas y fructíferas de toda mi vida. Nuestra amistad, nuestra fraternidad persistente, que jamás se vio empañada por malentendidos, chismes, desconfianzas o desavenencias, alguna vez habrá de proponerse como proverbial, en un medio donde menudean, a veces, el menosprecio, la envidia y la cizaña, y siempre sobra quien los escuche, los empaque y los distribuyan en sobres instantáneos… La casa de Danilo fue siempre una casa de encuentro, donde nos reuníamos a conversar, a departir alrededor de una cerveza o de unos tragos de ron, a discutir, a comentar, a plantearnos unos a los otros, preguntas y respuestas posibles, junto con la mayoría de los otros escritores y artistas visuales del medio esteliano  (La Prensa Literaria, 24 de febrero, 2007)

El Dr. Torres recorrió todos esos caminos de Dios, de su tierra natal, vivencias que se derraman en las páginas de sus libros y poemas. Amó el campo, amó al campesino en su bucólico hogar. Amó el trino de las aves, como amó a sus hijos y a su abnegada esposa. Sus novelas y cuadros de la vida campestre son una acuarela viva, llenas de pinceladas fuertes y colores vibrantes, en un lenguaje sedoso, acariciante del espíritu. ¿Cuánto dejó inédito? No lo sabemos, pero sí sabemos que la novela de su vida todos habremos de leerla.

Estelí ha perdido a uno de sus hijos de singular talento, a uno de sus más devotos admiradores, de los más cariñosos y aquerenciados; un hijo enamorado de su tierra hasta la muerte. Pero si físicamente ya entre nosotros no está, él pervive a través de cada línea de su pluma salida, de cada verso que sus musas a su oído susurraban. A través de su ejemplo probo, dentro de su familia y de la sociedad.

 

José Ramón Pinell

Poeta y escritor

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