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FRAGMENTOS DE “OJO SOBRE EL VALLE” DE DANILO TORRES MANAGUA: AÑO 2000 |
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CENTRO
NICARAGÜENSE DE ESCRITORES. |
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Diciembre lleno de luces y música
de todos los ritmos, Diciembre alrededor del sufrimiento de una mesa de
ruleta en medio del lucerío de la plaza que lejos se observa como un lecho de
fuego, la plaza de todos los gustos y olores, luces por doquier, alegría,
música, largas filas de luces en los chinamos,
mesas de ruletas, luces en las cantinas, luces en la plaza de toros, luces en
los carruseles, luces en la rueda Chicago, Luces dentro del alma que quisiera
aprehender la magia y la alegría que deja la sensación de luces del carnaval
donde los más valientes montan el toro más bravo y los gestos del más fiero
se reproduce en la estupefacta atención de los rostros del público, que sigue
con desenfado la guerra sangrienta del toro por librarse del montador y de éste
por mantenerse agarrado sobre el lomo del espantado animal, luces en los ojos
del torero y de los espectadores que en cada embestida jadean de gusto y
descargan la angustia de todos los días y la insatisfacción de sus problemas,
luces del tiquero cuando te cobra y recuenta con la
mirada el vuelto que te ha dado, luces del raquetero al recoger las grandes
cantidades de dinero, separarlas y agruparlas aparte, contar con avidez y
maestría, y cerrar el saldo final con un solitario y seco golpe de raqueta sobre
la mesa de las apuestas, anunciando el comienzo de la máxima jugada, luces en
el ánimo y los ojos de los jugadores que siguen con febril atención el
movimiento circular de la rueda alrededor del eje, tocando el son y la vuelta
que le imprime el chombe que la impulsa de un
tirón, música de titiriti, al chocar contra los
clavos de la rueda el flexible puntero de carey, música que inunda los oídos
de los embrujados jugadores que parpadeando miran de abajo arriba a cada
vuelta y vuelven a ver el número que han escogido para la muerte o la vida,
“Nadie mas, señores. Basta!”, violenta exclamación que sacude más aún sus
sentidos que penden de un hilo, luces de los miles de niños que han pasado
alguna vez por la delicia de los carruseles y el indescriptible placer de las
vueltas aéreas de la rueda Chicago, luces que nos permiten ver
retrospectivamente al niño que siempre fuimos, al descubrir con asombrosos
ojos las luces de los caballitos, el placer de ver montar los toros bravos,
el estallido de una plaza entera cargada de luces, el mágico mundo de la
mujer araña, la transformación del hombre (y aún de la mujer) en gorila,
pasen señores no se lo pierdan, un billete de a peso no está clavado en las
persianas del cielo ni está refundido bajo las piedras en los abismos del
mar, pasen y diviértanse, no se lo pierdan, tenemos sorpresas para ustedes,
pasen adelante. Los niños se muestran orgullosos y seguros montados en sus
caballos de madera, seriecitos, sin poner cara de miedo, apenas turbados
cuando sienten el cosquilleo en el estómago, los más pequeños lloran quién
sabe si de alegría o de miedo, mientras los viejos, los amargados, los
consuetudinarios borrachos van de un lado a otro ahogados en su abismo y su
tormento, incapaces de saborear estas luces, estas noches de fiestas y de
luces. La mesa de un truhán, se esconde tras la vara de un simpático vendedor, se oculta todo el proceso de la bandidencia y la picarezca de las miles y miles de veces que traspasando el chocolate, el chiclet llegue a este hombre que te ofrece elevados precios del recuerdo de tiempo que paga, cuando podías sin el sobresalto de amanecer muerto en una cobarde emboscada, saborear un chocolate en la boca, o a sacar pecho con un cigarro con filtro frente a la muchacha que te gusta, pero que toda esa porquería se expresa en las canastas de ficción del agitado vendedor de dulces de la plaza, de todas las plazas llenas de magia y colorido en las fiestas patronales de cualquier país subdesarrollado como el nuestro. |