EL DESASTRE DE LA EDUCACION EN NICARAGUA (II)

 

Decía en mi anterior escrito, que la mediocridad en los alumnos obedece a varios factores concatenados: En primer lugar tenemos la falta de vocación de los maestros (hablando en su generalidad). A este respecto habría que culpar a las políticas de admisión de las Escuelas Normales, las cuales absorben a cualquier aspirante a la docencia sin antes haber pasado éste por un examen de aptitud vocacional. De esta suerte, se promocionan estudiantes idóneos y estudiantes, podríamos llamarles, “oportunistas”, porque lo que hacen es acogerse a esa oportunidad, para poder saltar más tarde a su verdadera vocación. Estos son los que destruyen la niñez y la juventud, porque en ellos no existe el profesionalismo, ni el amor al trabajo derivado del intrínseco deseo nato, ya que la labor magisterial demanda amor, abnegación, lejos de todo arrastre mercantilista.

 

Sin embargo, esta deficiencia se podría subsanar si los docentes carentes de vocación tuviesen un poco más de responsabilidad en el trabajo, considerando el material que tienen en las manos. La sociedad confía los niños a las manos del mentor, para que éste moldee en ellos, a los futuros ciudadanos que han de regir, algún día, los destinos de la patria. Es una labor delicada que debería enorgullecer a los que se dedican a ella. Pero para esto, el maestro debe despojarse de toda pereza mental que le permita ver más allá de lo solicitado en los programas educativos. Debe, así mismo, ser espejo fiel de sus enseñanzas, pues la palabra que carece de acción, se queda sin recompensa alguna.

 

En segundo término, debemos considerar que los programas educativos necesitan una verdadera reestructuración de fondo y no solamente de forma. Por ejemplo, en el área de español, debería enseñarse todas las partes de la oración de manera sistemática, en la primaria y secundaria, ahondando cada parte, en cada grado. Si hablamos del sustantivo, habremos de conocer cuando éste es común, propio; cuando es colectivo, concreto, abstracto; simple, compuesto; derivado, primitivo; cuáles son ambiguos, epicenos, bigéneros; cuáles son aumentativos, diminutivos, gentilicios, verbales… Así mismo cuáles son las funciones que el sustantivo desempeña en la oración; de igual manera su género y número y las particularidades de su formación. (En una reunión de padre familia oía a una maestra decir: “Los papases a este lado y las mamases a este otro) Después de esto hay que enseñar – y muy bien – los modificadores del sujeto y predicado. Todo ello para que el alumno pueda realizar verdaderos análisis morfosintácticos de la oración simple, que ella llevará a la mejor comprensión de los análisis de las oraciones compuestas, en la secundaria.

 

Eso en lo referente a Gramática. En literatura, pienso yo, que a partir de sexto grado y luego por toda la secundaria, debería haber una enseñanza sistemática de la vida y obra de Rubén Darío. Dividir por etapas la vida y obra de nuestro máximo poeta, para que de este modo, se vaya conociendo ese valor por tantos olvidado. Los textos literarios deberían hacer énfasis más en nuestros escritores y poetas, y dejar como conocimientos generales el estudio de los valores foráneos y no a la inversa, como hasta ahora. Nuestros alumnos llegan a tener un mínimo conocimiento de nuestras figuras literarias hasta que están en quinto año de secundaria: saben quién escribió El Quijote, pero no Tugsteno; saben quien es Bécquer, pero no quién es Manolo Cuadra…

 

En tercer lugar, el sistema evaluativo es un desastre. Los maestros se preocupan más por la cantidad que por la calidad, esto en previsión de su imagen como educadores. Muchas pruebas sistemáticas son regaladas (revisión de cuadernos = 20 puntos; llevar una plantita, = 10 puntos; realizar una multiplicación (no en problema, porque esto casi no se hace) en el pizarrón = 10 puntos…); el maestro trata de salir de ese aprieto lo más fácilmente posible. A ese paso, el producto ofrecido a la sociedad es una vergüenza…¡y no es culpa del alumno! Aparte de lo expuesto, los exámenes de reparación, no deberían existir. No es posible que un alumno que pasó el año jugando o faltando a clases, con un triste y casi adelantado examen, apruebe todo un año. Las promociones de grados y años deben ser más rígidas, si queremos poseer frutos óptimos y no un simple espejismo de ilustración.

 

Por otra parte, la gran mayoría de los padres de familia, ya sea por sus ocupaciones laborales o formas de vida, descuidan a los hijos, dejándoles a su entero arbitrio el que estudien o no. De esta suerte, son pocos los estudiantes verdaderamente responsables, como para estudiar por sí solos. Por lo tanto, hay que realizar en la escuela el mayor esfuerzo posible y aprovechar el poco tiempo que en ella se encuentran. Habrá que hacer de la escuela un lugar agradable, en donde el estudiante se encuentre cómodo y disfrute de la amistad de compañeros y maestros; donde se sienta útil y se reconozcan sus avances, por mínimos que sean. Pero en medio de toda esta bondad también se deberá ser rígido con el aprendizaje. En otras palabras, el maestro debe tratar al estudiante, como el escultor a su materia: con mano suave, pero firme.

 

José Ramón Pinell

Profesor, escritor y poeta.

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