EL DESASTRE DE LA EDUCACION EN NICARAGUA (IV)

 

LA PREPARACIÓN DEL MAESTRO: Si la calidad de la enseñanza es la llave del éxito en las escuelas, la preparación que adquiera el maestro debe ser estrictamente rigurosa. La formación de maestros es corrientemente objeto de serias controversias. Se discute acerca de los relativos méritos que pueda tener el dominio de las materias que van a enseñarse, y del aprendizaje, de los métodos, sistemas, procedimientos, medios, formas y modos de enseñanza. Tales discusiones son muy provechosas, pues el dominio de una materia, obviamente, no asegura la vocación para enseñar. Por otra parte, ser buen maestro, es mucho más que adquirir habilidad en las diversas técnicas de enseñanza. Se requiere tener calor humano, talento, iniciativa, creatividad y un espíritu altruista.

La buena enseñanza se basa, sobre todo, en la profunda y amplia comprensión del proceso educativo: Sus principios son variados, por lo que la preparación del maestro debe incluir el estudio del desarrollo humano y su desenvolvimiento psíquico; un análisis de lo que se ha investigado acerca del proceso de aprendizaje; verdadera vocación para la enseñanza; comprensión de las relaciones entre la educación y los conceptos democráticos y demás ideologías. Todo esto, adicionado a la asimilación del contenido de las diversas materias que tendrá que impartir en lo futuro. El propósito que reviste mayor importancia en la formación de maestros, es el de ayudarlos a adquirir la orientación adecuada, justa y correcta, para su enseñanza.      

EL MAESTRO: El diccionario de la lengua española trae las siguientes acepciones de la palabra “maestro”: a) Dícese de la obra de relevante mérito entre las de su clase. b) Dícese de las cosas que enseñan o aleccionan. c) Persona que enseña una ciencia técnica u oficio. d) El que es entendido y hábil en una materia.

Todas tienen una significación similar, pero la acepción (d) se acerca más a nuestro propósito. En verdad, el maestro es aquel que “es entendido y hábil”, esto quiere decir, que no sólo debe entender lo que enseña, sino que tiene que poseer la habilidad para transmitirla. El verdadero maestro se destaca con mérito entre los de su clase, porque tiene las cualidades inherentes a su desempeño: abnegación, que le da el amor; paciencia y fe; responsabilidad y conciencia del deber; amistad y amor. El mentor, ante todo, debe procurarse el cariño y respeto de sus alumnos; cariño que se gana con la amistad que no se desvía de la estrictamente educativa, guardándose el debido respeto mutuo.

El respeto se gana con el ejemplo, es parte de la personalidad del mentor. Es ilusorio el respeto que se gana a base de gritos, a base de castigos, regaños o coacciones que derivan en angustia y problemas nerviosos que bloquean el entendimiento, y por ende, el aprendizaje del alumno. Por tal, maestro no es todo aquel que ostenta un título, sino el que “labora para la Patria”, cual reza la leyenda del escudo de la Normal de Estelí; el que tiene fe en el aprendizaje de los niños y cubre sus palabras con la seda de su amor, con el tul de su amistad; aquel que no le pone precio a su enseñanza, y llora y ríe, a la par de sus alumnos, como los padres a la par de sus hijos. Y porque quiere lo mejor para sus niños, es investigativo, busca los métodos más apropiados para el desarrollo y aprendizaje de las materias impartidas; ejemplifica de manera variada, tomando datos de la vida cotidiana del niño, para continuar con supuestos. No hace sus clases monótonas, sino participativas, en un ambiente democrático donde se respeten las opiniones, ensalzando cualquier logro del alumno, por pequeño que éste sea.

El buen maestro no trabaja a base de memoria, sino que hace razonar a sus pupilos, a encontrar el porqué de las cosas. ¿Qué méritos tiene que a un alumno se le evalúe, por ejemplo, un refrán, en un ejercicio de completación? ¡Ninguno! El alumno debe interpretar y analizar de qué manera la enseñanza de ese refrán se conecta con la vida cotidiana; de otra manera, no se habrá logrado ningún objetivo. Es aquí donde se diferencia el trabajo bien planificado en base del alumno, y que separa la idoneidad de la mediocridad.

Así como la religión enfoca sus palabras y sus actos al corazón del individuo, el maestro que se precia de serlo, enfoca su enseñanza a la razón y conciencia, analizando los porqués y los efectos de lasa cosas o de los acontecimientos. De allí sus evaluaciones variadas, encaminadas al logro de objetivos, pues sin este logro, la actividad educativa se torna estéril. Por ejemplo, si el maestro dice: “ya pasé el tema de la medida de los versos”, y sus alumnos no saben medirlos, es como si la lluvia hubiera caído sobre piedras.

Todo el que lleva con honor el título de maestro, se enorgullece de su responsabilidad; no enseña nada a lo cual él no pueda servir de ejemplo. El guía a sus alumnos con la suavidad y firmeza de un escultor, y hace de su salón de clase, un hogar de cariño y comprensión; dándole alas al que puede volar o enseñando a caminar, al que aún no puede remontar las alturas.

 

José Ramón Pinell

Profesor, escritor y poeta.

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