ACUOSA EN EL CRISTAL, BOCAS QUE MIENTEN Y BESAN

 

                        Acuosa en el cristal dorado  que tus manos lavan, además de las manzanas que saboreábamos, vos entrando y saliendo a cada momento, nerviosa, a tomar el teléfono que repicaba para llamarte a su lado, para acariciarte, para dejarte ir la más dulce de sus miradas, todo ello en un descarado disimulo, “hay que saber guardar las apariencias”, ese es tu lema, yo apenas lo acato.  Tarde en que las horas se fragmentan en millones de fracciones de segundos, que dibujás en la memoria de algún escondido sentimiento, que hilvana las ideas, y caen como expulsadas por las peores “lúbricas” en talleres de oscuros colores misteriosos, en la memoria de Jesús y su cuento de Benito en el pueblo de La Concordia, al oeste, con una iglesia municipal, con antiguos solares fantasmagóricos, varados en el tiempo, como suspendidos entre el suave rumor de los pinos circundantes, latentes en el aliento de sus gladiolas, en el dorado ondular de las maduras cañas de azúcar, en árboles primorosos barbados de musgo seco, enhiestos por el calor jinotegano. Vetustas casas esquineras, cuyas aceras están punteadas por una fila de sombreros de palma bajo cuyas alas observan unas cuencas oscuras, en unos rostros afiliados, pálidos, pecosos a veces, de unos parroquianos idénticos acaso a los que le dieron cuerpo y realce a la boda de Sandino, en las profundas, remotas, solemnes calles sanrafaelinas, estampadas en las sepias fotografías tomadas en aquella ocasión.  Con el respaldo silencioso de las mismas montañas que acompañan la gracia de este momento de dicha gratuita, y que se van poniendo azules, sombrías y tristes al anochecer.  Las golondrinas chilindrean sobre las antenas de televisión, la bandera descolorida agita sus infelices colores al viento calmo de la tarde, que agoniza en el cielo dibujado en el rectángulo de la ventana.

 

Dos pájaros surcan el cielo desolado, techos de zinc pintados en rojo herrumbe arden sobre las calladas oficinas, ruidos que se van quedando yertos en el pasillo.  Hora de salida, final de jornada, abiertas las hojas de los mamones, los mangos adormecidos, azules de ceniza sobre la corteza de las montañas, callan, se siente la hosquedad, hierve este lugar sin ventilación, lámparas alargadas y brillantes sobre esta cabeza saturada y confusa de interminables reuniones, entrevistas, despachos, visitas, agendas cargadas de poemas, compromisos escritos en folios de protocolo de notario, voces, cuerpos, manos, rostros, bocas que te dan besos y que te mienten, en fin... has escrito una hora aproximadamente, son las seis menos diez.

 

Dr. Danilo Torres Rodríguez.

Escritor, pintor y poeta.

Tel. 713 – 2909 / 5439